Emiten un par de anuncios en la televisión que cada vez que los contemplamos obran en nosotros un efecto similar al que experimentaríamos si nos bebiésemos un café con sal: un agitarse de tripas y unas náuseas incontenibles.
En uno aparece una pareja con sus hijos, todos ellos veganos, renunciando a su decisión de no alimentarse con cadáveres de animales obtenidos tras un periodo más o menos largo de encierro y de sufrimiento; la conversión familiar se produce cuando se encuentran frente a un expositor repleto de cerdos loncheados y envasados al vacío; todo muy agradable a la vista y sin rastro de la sangre ni de los chillidos de angustia que acompañaron al proceso antes de presentarlo al público en forma de inocente manjar.
En el otro, un grupo de jóvenes hippies, convenientemente dibujados como sujetos ligeramente dispersos y con no demasiadas luces, toma la determinación de sumar a sus reivindicaciones habituales, Paz y Amor, la de disponer de una plataforma de televisión digital de pago que, por otra parte y menuda casualidad, ha hecho de las corridas de toros uno de sus estandartes. El movimiento contracultural y el rechazo a un sistema basado en la persecución frenética de los bienes materiales, queda de pronto anulado por culpa de un decodificador y una tarjeta de abonado.
La filosofía de estos anuncios no deja lugar a dudas: cualquier ideal es una necedad; la libertad, la justicia, la igualdad, la simplicidad voluntaria o el altruismo, son valores de saldo y puestos a escoger y a poder pagarlos - y si no se puede también, que de eso se trata – nuestra obligación es adquirir "lujos" al alcance de todos y que sea cual sea su envoltorio, contienen a menudo ciertos elementos añadidos: egoísmo, individualismo, antropocentrismo, competitividad y domesticación; esta última sin pretenderlo, pero viene "de matute" en el lote aunque no seamos conscientes o prefiramos no reconocerlo.
Quien para vender no tiene mejor estrategia que emplear el desprecio, por nuestra parte puede pudrirse en la ruina de su miserable falta de ética, porque por más poderoso que sea económicamente no deja de chapotear en la indigencia moral. Y si encima el lucro le ha de venir gracias al padecimiento de otros seres, entonces nuestro desdén se transforma en repugnancia.
Entre tanto vómito no hay quien asimile la realidad de una sociedad que camina de la mano del "todo vale" para medrar, para colmar la ambición material o para pisotear aquello que no reporte beneficios crematísticos, la triste constatación de un sistema asumido como el más idóneo y que en su frenética voracidad se aleja de la solidaridad, de la compasión o del saber disfrutar de sensaciones que no tengan que ser necesariamente made in... algún país con fábricas españolas y mano de obra infantil extranjera. Si no cuesta no vale; el otro precio, el que se calcula en vidas, en explotación o en padecimientos se silencia o se ignora pero en todo caso, no cuenta.
Pues a pesar de todo, nos quedamos con los que en su dieta no incluyen la tortura y el sacrificio antes que con las barrigas grasientas del tendido siete; preferimos sentarnos en una playa con los del pelo largo y la camisa de flores, en vez de con algún fanático del fútbol a ver un partido; gritamos Paz y Amor y no apoyamos la búsqueda criminal de unas armas fantasmas de destrucción masiva; nos gustan más los que hacen pulseras de cuerda que los neocon y los jasp; escuchamos a Rosendo Mercado – nunca a un apellido se le hizo tan poco honor - y no a los Operación Triunfo... del marketing; dadnos antes a su vecino de Carabanchel y viviendo siempre en un piso de 67 m2, Marcelino Camacho, que a los líderes sindicalistas a las órdenes del amo que les paga sueldos millonarios; nos quedamos con Gerardo Iglesias saliendo negro de la mina después de haber ocupado un escaño, que con los que tras abandonar aparentemente el poder cobran sumas fabulosas por dar una charla a unos cuantos aduladores; con el cine de Javier Corcuera y no con los girasoles mediáticos; con Ruth Toledano, su carga de valentía y sus camisetas reivindicativas, en vez de con las plumas serviles...
Muchos renunciaron a "la revolución" cuando les dieron la Visa y hoy, de su espíritu rebelde no queda más que la tan repetida como improbable "hazaña" de haber corrido delante de "los grises". Allá ellos si pasado el tiempo descubrieron que estaban mucho más cómodos y seguros doblando la espalda para hacer reverencias que para levantar adoquines buscando la arena de la playa, pero por favor, que no pretendan acrecentar su fortuna mediante estrategias ruines, ridiculizando a aquellos que son vegetarianos porque les indigna que su alimentación implique el sufrimiento de un ser vivo, o a los que aprendieron a vivir sin comprar la felicidad a plazos.
Y no lo sabemos, pero nos da la impresión de que los dos están elaborados por la misma agencia publicitaria y si no es así, sin duda ambas se han formado en idéntica escuela, la de "consume hasta reventar pero no reflexiones".
En uno aparece una pareja con sus hijos, todos ellos veganos, renunciando a su decisión de no alimentarse con cadáveres de animales obtenidos tras un periodo más o menos largo de encierro y de sufrimiento; la conversión familiar se produce cuando se encuentran frente a un expositor repleto de cerdos loncheados y envasados al vacío; todo muy agradable a la vista y sin rastro de la sangre ni de los chillidos de angustia que acompañaron al proceso antes de presentarlo al público en forma de inocente manjar.
En el otro, un grupo de jóvenes hippies, convenientemente dibujados como sujetos ligeramente dispersos y con no demasiadas luces, toma la determinación de sumar a sus reivindicaciones habituales, Paz y Amor, la de disponer de una plataforma de televisión digital de pago que, por otra parte y menuda casualidad, ha hecho de las corridas de toros uno de sus estandartes. El movimiento contracultural y el rechazo a un sistema basado en la persecución frenética de los bienes materiales, queda de pronto anulado por culpa de un decodificador y una tarjeta de abonado.
La filosofía de estos anuncios no deja lugar a dudas: cualquier ideal es una necedad; la libertad, la justicia, la igualdad, la simplicidad voluntaria o el altruismo, son valores de saldo y puestos a escoger y a poder pagarlos - y si no se puede también, que de eso se trata – nuestra obligación es adquirir "lujos" al alcance de todos y que sea cual sea su envoltorio, contienen a menudo ciertos elementos añadidos: egoísmo, individualismo, antropocentrismo, competitividad y domesticación; esta última sin pretenderlo, pero viene "de matute" en el lote aunque no seamos conscientes o prefiramos no reconocerlo.
Quien para vender no tiene mejor estrategia que emplear el desprecio, por nuestra parte puede pudrirse en la ruina de su miserable falta de ética, porque por más poderoso que sea económicamente no deja de chapotear en la indigencia moral. Y si encima el lucro le ha de venir gracias al padecimiento de otros seres, entonces nuestro desdén se transforma en repugnancia.
Entre tanto vómito no hay quien asimile la realidad de una sociedad que camina de la mano del "todo vale" para medrar, para colmar la ambición material o para pisotear aquello que no reporte beneficios crematísticos, la triste constatación de un sistema asumido como el más idóneo y que en su frenética voracidad se aleja de la solidaridad, de la compasión o del saber disfrutar de sensaciones que no tengan que ser necesariamente made in... algún país con fábricas españolas y mano de obra infantil extranjera. Si no cuesta no vale; el otro precio, el que se calcula en vidas, en explotación o en padecimientos se silencia o se ignora pero en todo caso, no cuenta.
Pues a pesar de todo, nos quedamos con los que en su dieta no incluyen la tortura y el sacrificio antes que con las barrigas grasientas del tendido siete; preferimos sentarnos en una playa con los del pelo largo y la camisa de flores, en vez de con algún fanático del fútbol a ver un partido; gritamos Paz y Amor y no apoyamos la búsqueda criminal de unas armas fantasmas de destrucción masiva; nos gustan más los que hacen pulseras de cuerda que los neocon y los jasp; escuchamos a Rosendo Mercado – nunca a un apellido se le hizo tan poco honor - y no a los Operación Triunfo... del marketing; dadnos antes a su vecino de Carabanchel y viviendo siempre en un piso de 67 m2, Marcelino Camacho, que a los líderes sindicalistas a las órdenes del amo que les paga sueldos millonarios; nos quedamos con Gerardo Iglesias saliendo negro de la mina después de haber ocupado un escaño, que con los que tras abandonar aparentemente el poder cobran sumas fabulosas por dar una charla a unos cuantos aduladores; con el cine de Javier Corcuera y no con los girasoles mediáticos; con Ruth Toledano, su carga de valentía y sus camisetas reivindicativas, en vez de con las plumas serviles...
Muchos renunciaron a "la revolución" cuando les dieron la Visa y hoy, de su espíritu rebelde no queda más que la tan repetida como improbable "hazaña" de haber corrido delante de "los grises". Allá ellos si pasado el tiempo descubrieron que estaban mucho más cómodos y seguros doblando la espalda para hacer reverencias que para levantar adoquines buscando la arena de la playa, pero por favor, que no pretendan acrecentar su fortuna mediante estrategias ruines, ridiculizando a aquellos que son vegetarianos porque les indigna que su alimentación implique el sufrimiento de un ser vivo, o a los que aprendieron a vivir sin comprar la felicidad a plazos.
Y es que en el fondo deben de sentir envidia de su integridad y como son incapaces de vivir como ellos - su desmesurado afán de posesión y su egocentrismo se lo impiden - eligen "destruirlos" o denigrarlos para que su presencia no les recuerde cada día que ellos son esclavos de su codicia mientras los otros, sean veganos, hippies, desinteresados, solidarios o comprometidos, son dueños de su existencia, por más sencilla que sea en el aspecto material. Pero para entender eso hay que dejar por un momento de consumir o de atesorar, mirar hacia atrás y ver el rastro de abusos, destrucción, dolor y muerte que muchas veces dejan los envoltorios de nuestro pretendido bienestar.
3 comentarios:
Hola, Julio:
Me ha encantado esta nueva entrada, coincide en lo que pienso, cada vez que veo esos anuncios, ridiculizando una opción personal, es que se me revuelve las tripas, y aunque quieras tomártelo con humor, el sentimiendo de repugnancia sigue ahí.
Yo muchas veces me pregunto, ¿para qué han servido las revoluciones?¿Acaso esos hombres y mujeres que dedicaron la vida a la libertad han sido en vano?¿Qué hacemos nosotros, apoltronados en nuestro sillón viendo el último partido de Liga, Gran Marrano, etc?. Quizá se estén revolviendo de ira en sus tumbas...
Un abrazo.
Sí es que la televisión no es más que parte de la supraestructura al servicio del capital y como tal actua, pervirtiendo la parte ideológica para idioticar a al gente. Por suerte siempre se encontraran otros medios de expresión (como los blogs)
¡Salud!
Estupendo descubrimiento..."La revolución pendiente..." despertaremos alguna vez..?
Un saludo desde Lápices.
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