Observo en un Diario la fotografía con el rostro de un Palestino de Gaza; parece un hombre joven aunque no me atrevo a asegurarlo pues en su mirada, de una profundidad insondable, se adivina la lúgubre puerta de entrada de tanto horror que guarda almacenado en la memoria, que no es posible creer que lo haya contemplado en una sola vida. Su gesto, de un hieratismo perturbador, parece ocultar y enmudecer sus pensamientos, sus pasiones, acáso su dolor infinito pero éste, no puedo más que intuirlo, porque no se dibuja en su semblante ni una sola mueca que deje traslucir cuál es su estado de ánimo. Al verle, podría interpretarse que está entre ausente y pensativo, como yo misma en determinados instantes; por ejemplo, cuando trato de encontrar un regalo adecuado para mis hijos el día de su cumpleaños o incluso en situaciones más graves, como esas ocasiones en las que me devano los sesos buscando el modo de pagar la insoportable hipoteca. Pero además de su expresión, o mejor dicho, de esa ausencia de sentimientos en la misma que me resultaba familiar, aprecio detalles en la instantánea con los que ya me cuesta identificarme: está agachado, rodeado de gran cantidad de restos muchos de ellos inidentificables entre los que destaca una abundancia de escombros esparcidos a su alrededor y de los cuales, en determinadas zonas, se elevan densas columnas de humo negro. En sus manos veo que sostiene a un niño.
Cuando detengo mi mirada en el crío comprendo que este Palestino no está pensando en un obsequio para su hijo ni en la manera de hacer frente al pago de la letra de su casa. Este joven que acumula en su interior el padecimiento de mil existencias malditas ya no posee un hogar, ni hijo, tampoco tiene mujer ni hermano. De todo eso tan solo le queda en sus brazos un guiñapo ensangrentado, los restos descarnados de una criatura con la ropa hecha jirones y lacerada por docenas de espantosas heridas; lo que hasta hace poco era su pequeño y que ahora, transformado en un cuerpo inerte, menudo y desvencijado, adopta una postura casi grotesca mientras lo aferra entre sus dedos. No me resulta posible ver el único ojo que permanece intacto en la carita del chico – el lugar del otro lo ocupa una oquedad oscura y sanguinolenta – pues el párpado está cerrado, pero seguro que al igual que la de su padre, la mirada del infortunado rapaz, antes de ser velada para siempre, ya había perdido ese peculiar brillo infantil cargado de inocencia y fantasía para convertirse en avejentada y temerosa, la mirada de un niño sin edad porque, ¿cómo calcularla en un chiquillo que ha contemplado y soportado tanta desolación, tanta atrocidad?.
Entonces sé que este hombre está pensando en la muerte y me aterroriza y conmueve a partes iguales la aparente tranquilidad en sus facciones. Ha perdido para siempre todo lo que más amaba. Un bombardeo llevado a cabo con el armamento vendido por la Nación más "libre y justa" del Planeta, esa que se autoproclama paradigma de los derechos humanos, y auspiciado por la pasividad cómplice de los Estados del "Primer Mundo", le ha arrebatado absolutamente todo y su apariencia, que a juzgar por la imagen no podría calificarse casi ni de preocupada, es similar a la mía cuando estoy pensando en qué puedo poner para comer. Estados Unidos, cuya responsabilidad en esta carnicería interminable y dantesca es fundamental, ha pedido a Israel que "evite" víctimas civiles en sus ataques. Pero puede que a este Palestino ya no le importen las "regañinas" de la Patria del Tío Sam hacia los asesinos de su familia, esos leves tirones de orejas por no apuntar un poco mejor con sus armas; ni tampoco las tibias condenas de muchos Países que a pesar de todo, seguirán manteniendo cordiales relaciones sobre todo comerciales con el Gobierno Israelí; puede que tampoco le afecte la actitud de aquellos que apoyan esta matanza amparándose en el terrorismo de Hamas – no deja de resultar hediondo teniendo en cuenta la definición de este término como: "creación de un clima de terror e inseguridad" que los que en las últimas horas son los causantes de cientos de muertes, de una masacre cuidadosamente planeada para literalmente, reventar a mujeres, hombres, niños y ancianos, tengan la abyecta osadía de justificar este crimen como una "lucha contra el terrorismo" -. Tal vez para este Palestino nada de lo anterior signifique algo ya y que los restos mutilados de su hijo y el recuerdo de su esposa y su hermano sepultados bajo las ruinas de su casa, sean las únicas visiones que le acompañen de ahora en adelante. ¿Quién podrá entonces criticar a este joven sin edad en el instante en que recupere la consciencia de la realidad, en el momento en el que dé rienda suelta al sufrimiento silente que sin duda atenaza sus entrañas?.
Cuando detengo mi mirada en el crío comprendo que este Palestino no está pensando en un obsequio para su hijo ni en la manera de hacer frente al pago de la letra de su casa. Este joven que acumula en su interior el padecimiento de mil existencias malditas ya no posee un hogar, ni hijo, tampoco tiene mujer ni hermano. De todo eso tan solo le queda en sus brazos un guiñapo ensangrentado, los restos descarnados de una criatura con la ropa hecha jirones y lacerada por docenas de espantosas heridas; lo que hasta hace poco era su pequeño y que ahora, transformado en un cuerpo inerte, menudo y desvencijado, adopta una postura casi grotesca mientras lo aferra entre sus dedos. No me resulta posible ver el único ojo que permanece intacto en la carita del chico – el lugar del otro lo ocupa una oquedad oscura y sanguinolenta – pues el párpado está cerrado, pero seguro que al igual que la de su padre, la mirada del infortunado rapaz, antes de ser velada para siempre, ya había perdido ese peculiar brillo infantil cargado de inocencia y fantasía para convertirse en avejentada y temerosa, la mirada de un niño sin edad porque, ¿cómo calcularla en un chiquillo que ha contemplado y soportado tanta desolación, tanta atrocidad?.
Entonces sé que este hombre está pensando en la muerte y me aterroriza y conmueve a partes iguales la aparente tranquilidad en sus facciones. Ha perdido para siempre todo lo que más amaba. Un bombardeo llevado a cabo con el armamento vendido por la Nación más "libre y justa" del Planeta, esa que se autoproclama paradigma de los derechos humanos, y auspiciado por la pasividad cómplice de los Estados del "Primer Mundo", le ha arrebatado absolutamente todo y su apariencia, que a juzgar por la imagen no podría calificarse casi ni de preocupada, es similar a la mía cuando estoy pensando en qué puedo poner para comer. Estados Unidos, cuya responsabilidad en esta carnicería interminable y dantesca es fundamental, ha pedido a Israel que "evite" víctimas civiles en sus ataques. Pero puede que a este Palestino ya no le importen las "regañinas" de la Patria del Tío Sam hacia los asesinos de su familia, esos leves tirones de orejas por no apuntar un poco mejor con sus armas; ni tampoco las tibias condenas de muchos Países que a pesar de todo, seguirán manteniendo cordiales relaciones sobre todo comerciales con el Gobierno Israelí; puede que tampoco le afecte la actitud de aquellos que apoyan esta matanza amparándose en el terrorismo de Hamas – no deja de resultar hediondo teniendo en cuenta la definición de este término como: "creación de un clima de terror e inseguridad" que los que en las últimas horas son los causantes de cientos de muertes, de una masacre cuidadosamente planeada para literalmente, reventar a mujeres, hombres, niños y ancianos, tengan la abyecta osadía de justificar este crimen como una "lucha contra el terrorismo" -. Tal vez para este Palestino nada de lo anterior signifique algo ya y que los restos mutilados de su hijo y el recuerdo de su esposa y su hermano sepultados bajo las ruinas de su casa, sean las únicas visiones que le acompañen de ahora en adelante. ¿Quién podrá entonces criticar a este joven sin edad en el instante en que recupere la consciencia de la realidad, en el momento en el que dé rienda suelta al sufrimiento silente que sin duda atenaza sus entrañas?.
No existe una sola especie en el Planeta que sea capaz de actuar con la saña, la crueldad, el sadismo y la ferocidad de que hace gala el ser humano hacia cualquier forma de vida, incluida la de sus semejantes. Sólo el hombre puede llegar a un grado de infamia y vileza tal, que como ocurre con el Pueblo de Israel, se aliente a los niños judíos a que escriban "dedicatorias" en las bombas que van a ser arrojadas sobre Palestina; se siembra y alimenta en ellos un odio cerval que resulta todavía más tétrico cuando se les ha amaestrado de tal modo, que para estas criaturas matar es un juego en el que caben incluso las carnavaladas. Este Palestino lo sabe, lleva toda su vida siendo testigo de ese comportamiento por parte de sus congéneres y por eso, en una última mirada a la fotografía, vuelvo a identificarme con él y pienso que yo, en su lugar, sólo depositaría el cadáver despedazado de mi niño sobre la tierra por un motivo, el último motivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario