lunes, 1 de marzo de 2010

El dedo ¿corazón? de Aznar


“¡Hay algunos que no pueden vivir si mí!”, sentenció muy ufano José María Aznar refiriéndose a los que le abuchearon en la Facultad de Económicas de la Universidad de Oviedo, mientras acompañaba sus palabras de una sonrisa cargada de desprecio y mostraba a sus detractores, la fortaleza de su dedo corazón. Un gesto que en todo caso y al menos a mí, me produce menos repelús que sus imágenes en bañador, en las que apreciábamos como entre conferencia y conferencia millonaria, tiene el ex-militante del Sindicato Estudiantil Falangista, tiempo para abdominales y pesas. Lástima que no existan aparatos de gimnasia para aumentar la musculatura de la ética y de la sensibilidad, o sea, del corazón.

“No pueden vivir sin él”, eso es lo que piensa, lo que no deja de ser irónico, pues los que le insultaban, lo hacían precisamente porque otros, miles, dejaron de vivir gracias a él. Y no sé la razón, pero tengo la impresión de que el Presidente de las FAES, se quedó con las ganas de levantar algo más que su dedo: todo el brazo derecho con la mano extendida.

Lo peor es que ese desprecio social, que tantos sienten y tan pocos se atreven a expresar públicamente, sea, de momento, todo el precio que este hombre tenga que pagar por su responsabilidad compartida en las matanzas habidas en Irak. Y digo de momento, porque confío en que algún día, sea alguna Corte de Justicia la que le llame lo mismo que esos jóvenes, pero incluyendo el término en un contexto legal. Ya veremos si en esa ocasión, cuando dicten sentencia por los hechos, muestra la misma arrogancia con los jueces.

A muchos nos provoca risa ese gesto de Aznar, pero en cuanto pensamos que donde realmente estaba extendiendo su dedo corazón era ante innumerables tumbas conteniendo los cadáveres de aquellos que murieron como consecuencia de la invasión de Irak, con la disculpa de buscar unas armas de destrucción masiva que Bush no fue capaz de encontrar ni bajo los muebles de su despacho, la sonrisa se transforma en repugnancia y les aseguro que yo, en ese instante, pienso: “Sí, José María Aznar, podría vivir perfectamente sin ti”. Y sobre todo, posiblemente otros muchos lo seguirían haciéndolo.

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