No me gustan los cazadores, no al menos en esa faceta de sus vidas. Por tal motivo en alguna ocasión he expresado mi rechazo a las actividades cinegéticas del Juez Baltasar Garzón. Ahora, transformado en presa a la que tratan de abatir ciertos escopeteros de una Quinta Columna que la democracia ampara, no puedo menos que manifestar mi reconocimiento por su valentía y dignidad ante los hechos por los que pretenden condenarle.
Hoy, los rifles y las flechas que estos días apuntan a la cabeza del magistrado están sostenidos por manos blancas y brazos acostumbrados al saludo romano. Y hoy también, nos damos cuenta que la transición no cerró heridas, sino que eximió de responsabilidades a los criminales y amordazó a las víctimas. Es grotesco, aunque preferiría calificarlo de indecente y perverso, que quienes se inspiran en principios muy similares a los que alentaron a los criminales de la dictadura, puedan valerse de la libertad que tanto desprecian, para seguir con sus purgas y perpetuar la impunidad ética de delincuentes del pasado reciente que admiran y que al parecer, les sirven de modelo.
Y no me digan que aquello ya es historia enterrada y olvidada. Sucesos históricos sí son, entre enterrados también está el asunto, pero olvidados no. No cuando todavía son numerosos los testigos de aquellas matanzas e inhumaciones en fosas, que gracias a su memoria – y a su dolor - de vivos, pueden señalarnos el lugar exacto donde reposan los restos de sus familiares fusilados. No sean tan soberbios como para poner límites temporales al sufrimiento de otros.
En una amnistía, los culpables de un delito pasan a ser considerados inocentes por la desaparición de la figura delictiva. El encarcelamiento por razones políticas, el robo de los bienes, la tortura, el asesinato, ¿han dejado acáso de constituir crímenes? En este ataque fascistoide y despreciable contra el Juez, más que nunca se justifica el origen etimológico de ese término legal, pues viene del vocablo griego amnestia, que significa “olvido”. Y eso es lo que intentan, que borremos de la memoria décadas muy cercanas de terror, y por si alguien se empeña en hablar de justicia, nos muestran que el Código Penal, a instancia de los herederos del franquismo, se aplicará contra aquellos incapaces de someterse a la servidumbre de conciencia que tratan de imponernos.
Me podrán obligar a respetar físicamente la Ley, pero nunca lograrán que acate moralmente una como la que en este caso capacita para juzgar al Señor Garzón. Los juicios por acusaciones rastreras y sin la menor garantía para el procesado, que entonces sirvieron para matar a miles de ciudadanos, también eran legítimos en aquel régimen criminal. ¿Los convierte eso en dignos? A veces, el ordenamiento legal no es más que un instrumento jurídico para cometer acciones abyectas con impunidad. Y ahora lo estamos comprobando. Alguno habló de 39 años de Paz para referirse a la dictadura. Creo que pueden sumarles otros 35 de ultraje a sus víctimas durante la democracia, con el despreciable epílogo de este acto no de justicia contra Baltasar Garzón, sino de ajusticiamiento. Los muertos más famosos del Valle de los Caídos hoy están de enhorabuena, pues asisten a la demostración de que su espíritu sigue vivo en el más fundamental de los poderes del Estado.
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