Sin ser creyente, siempre he sentido una admiración y respeto muy profundos por esos religiosos que interpretan que estar “al servicio de Dios” es un compromiso real con lo humano y no con lo divino, ejerciendo su labor con los más desamparados y necesitados, actuando en barrios marginales, acogiendo a aquellos a los que la Sociedad rechaza, viviendo envueltos la miseria en un intento de acabar con ella o dejándose la salud y la vida muchas veces en alguna misión, no evangelizadora sino educativa, sanitaria o de defensa de cualquier colectivo deprimido en alguna zona conflictiva y olvidada del Planeta.
En las manos de estos hombres, cuarteadas por el trabajo físico, nunca he visto los anillos que lucen ciertos sátrapas de la alta jerarquía católica; no viajan con chofer en lujosos automóviles, lo hacen a pie entre basuras y escombros, en bicicletas o en vehículos destartalados por caminos muchas veces intransitables de aldeas perdidas; no disponen de guardaespaldas y a menudo son asesinados por sectores ligados al poder a los que les estorba su labor; no tienen despachos oficiales ni habitan en opulentas residencias con todas las comodidades a su alcance, sino que ocupan cualquier vivienda humilde en los arrabales de una gran Ciudad o en una choza de algún poblado recóndito del tercer mundo. Son en definitiva la cara humanitaria, solidaria y ejemplar de una Iglesia Oficial que los olvida, relega, ataca y agrede ocupada como está, en obtener cada día mayores prerrogativas en cuestiones políticas y económicas, una Iglesia inquisidora y militarizada, cercana a un Dios Tridentino, como el concebido por el Papa Paulo III en lo que concierne a supremacía, infalibilidad y poder omnímodo eclesiástico, pero muy ocupada en asuntos mundanos en lo que a acaparar autoridad sobre la Sociedad civil así como atesorar bienes y riquezas se refiere.
La actitud persecutoria de la Iglesia de Roma contra cualquier disidencia y sobre todo, hacia posturas aperturistas, progresistas y que estimulen la conciencia de la luchas de clases, afianzada por el conservadurismo tanto del su actual mandatario Benedicto XVI como del anterior, Karol Wojtyla, es una práctica constante que tiene uno de sus mayores exponentes en su cruzada contra la Teología de la Liberación, movimiento que aboga por la dignidad del hombre, por su liberación económica, política, social e ideológica, por la erradicación de la explotación y por la libre aceptación de la doctrina evangélica pero supeditada siempre a mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos como absoluta prioridad; una corriente a la que han pertenecido religiosos que trabajaban como descargadores de muelles o en fábricas, que fueron acusados de comunistas y subversivos y que le ha costado la vida a unos cuantos, como Ignacio Ellacuría, Gaspar García Laviana o Monseñor Romero, por citar sólo algunos de los más conocidos.
La Iglesia oficial condenó la Teología de la Liberación durante el papado de Juan Pablo II bajo argumentos oscurantistas, reaccionarios y profundamente despreciables, haciendo gala una vez más de su nula preocupación por cuestiones como la miseria, las hambrunas, las guerras o el abuso de poder y otorgando únicamente importancia a una fe que a su juicio, es suficiente razón para soportar con estoicismo y hasta con alegría todas las situaciones de sometimiento, injusticia, miseria o servidumbre a las que se ven expuestos tantos millones de seres siempre al arbitrio de los dictados de los poderosos entre los que por supuesto, se encuentran y tratan de fortalecer su presencia día a día los altos prelados de la Iglesia católica.
Y en España, inmersos en esa corriente religiosa tradicionalista y retrógrada que anula al hombre menesteroso, sin recursos y oprimido, con un apego inusitado a extender su autoridad a todos los ámbitos, cómplice de los que propugnan una sociedad estamental y clasista y defensora a ultranza de regímenes dictatoriales del pasado en los que alcanzó cotas de intervencionismo y potestad inmensas, disponemos de un siniestro elenco de personajes de la alta curia que en los últimos tiempos están haciendo gala de una soberbia y ambición inusitadas, al tiempo que vaticinan un destino catastrófico como consecuencia de la inmigración, los cambios en el concepto de familia, la homosexualidad o el creciente laicismo sin olvidar, por supuesto, realizar un panegírico de Francisco Franco, con el que reconocen abiertamente haber vivido un periodo de bienestar y fuerza que ahora ven peligrar y ensalzan tanto su figura como su gobierno totalitarista y que costó la vida y la libertad a un número tan inmenso de españoles.
Los adalides de este resurgimiento mediático y anacrónico de la Iglesia oficial en nuestro País son personajes tan siniestros como el Presidente de los Obispos españoles Antonio María Rouco Varela, el Abad del Valle de los Caídos Fray Anselmo Álvarez o el Cardenal y Arzobispo Primado de España Antonio Cañizares, secundado por toda una cohorte de religiosos de base, curas arribistas de pueblos que como D. Manuel, Párroco de El Álamo (Madrid), afirma en el Programa de Fiestas de este año que los signos cristianos son parte de la más íntima identidad de todos los habitantes de la Localidad, asegura que todos los hijos de esa Villa nacen y permanecen en la vida cristiana e incluso atribuye el nombramiento del Patrón religioso de El Álamo a una aclamación unánime popular. Unas afirmaciones tan falsas como interesadas la suyas pero que en todo caso se comprenden en su afán de cuidar y fomentar su “divino negocio” , pero que raya en lo ilegal cuando nos encontramos con comportamientos como el que tuvo el 8 de Septiembre el Alcalde de Salamanca Julián Lanzarote, un funcionario civil que dentro de la Catedral realizó un discurso público en el que se declaró católico ferviente, dijo que los salmantinos estaban hechos a imagen y semejanza del creador, habló del laicismo que impregna los medios de comunicación y tras criticar leyes instauradas por el Gobierno, pidió respeto para la Iglesia católica. En el caso de este Alcalde y teniendo en cuenta que efectuó tales declaraciones públicamente y en el ejercicio de su cargo, cuando menos se vulnera el artículo 16 de la Constitución, allí donde indica que se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto y que ninguna religión tendrá el carácter de estatal.
Todos estos individuos, defensores de una Iglesia rancia, partidaria de imponer por la fuerza sus dictados, de sojuzgar a aquellos que no los acaten, avariciosa, interesada, con un afán insaciable de poder, que trata de virtuosos lo mismo al Caudillo que a Jiménez Losantos, es la antítesis y el mayor enemigo de aquellos que movidos por una fe sana y sobre todo realista y efectiva, la traducen en convicciones de solidaridad y auxilio a los más desasistidos y oprimidos por el Sistema; los que convierten la cruz en azada para cultivar y en espada para luchar allí donde es preciso; sus oraciones las transforman en arengas para despertar la conciencia de las gentes y en reprobaciones a un poder abusivo; salen del templo para caminar entre enfermos, heridos, esclavos, inadaptados o perseguidos y de tanto enfrentarse al mundo real, han acabado muchas veces por “olvidarse” de rezar y se han plantado enfrente de sus antiguos jefes, para combatirlos e impedir sus desmanes, por eso en tantas ocasiones han sido expulsados del seno de la Iglesia en el mejor de los casos e incluso asesinados por aquellos que quieren que la gran mayoría de los hombres sigan siendo corderos de Dios, mansos, en continua actitud de servidumbre y aún de agradecimiento ante la conducta fascista de estos pastores de la Iglesia muñidores de anatemas, que lanzan amenazas más o menos veladas de nuevos Alzamientos, que piden abiertamente el voto para el Partido Popular, que tanto parecen añorar los tiempos de la Santa Inquisición, cuando tenían autoridad para censurar, condenar o exterminar y que quieren recuperar los privilegios que poseían en la Edad Media sumados a la protección gubernamental de la que disfrutaban durante la dictadura franquista, para aniquilar cualquier atisbo de libertad, igualdad o lucha de clases y como no, engordar todavía más sus ya inconmensurables arcas que han ido llenando en el tiempo a través de regalos, subvenciones, aportaciones estatales, negocios de toda índole, repercusión continua del patrimonio de sus miembros y por supuesto, muchos, muchos robos y saqueos a lo largo de la Historia. Mientras, a unos curas de la Parroquia de San Carlos Borromeo en Vallecas, preocupados por asistir a enfermos de Sida y a drogadictos les cierran su pequeña Iglesia o muchos misioneros no disponen de los medios más simples para curar a personas aquejadas de enfermedades erradicadas en nuestra Sociedad de consumo. Pero Rouco Varela no desayuna cada mañana contemplando imágenes de miseria en el Mundo, sino probablemente leyendo las cotizaciones en Expansión, la sección de Política en El Mundo, la de Sociedad en La Razón, con la COPE de fondo y respirando aliviado cada vez que le llega la noticia de que una “mano negra” ha eliminado a otra “oveja negra” de la Familia Eclesiástica.
1 comentario:
Enhorabuena por esta estupenda reflexión sobre el estado actual de la Iglesia en el mundo, y en España. Comparto casi en su totalidad tu reflexión, sobre todo desde una visión cristiana no oficial.Rouco supone esa vuelta a la Edad Media, donde la iglesia y la santa inquisición se confundían, era lo mismo. Pero al final, sufren, no podrán con nosotros.
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