Son seres desesperados que huyen de todo porque todo en sus lugares de origen es miseria y padecimiento. Y caen en las manos criminales de individuos perversos que hallan negocio en la angustia ajena. Traficantes de vidas que a cambio de pequeñas fortunas les ofrecen unos centímetros cuadrados en una patera destartalada que la mayor parte de las veces, no cuenta ni con el combustible necesario para poder finalizar el viaje y mucho menos si como es habitual, están a merced de corrientes o vientos desfavorables y todo ello, sumado al hecho de que no disponen de sistema alguno de navegación ni de conocimientos al respecto. El único guía que gobierna esos cayucos es Caronte y a menudo, las aguas se convierten en las del Río Aqueronte y la barca atraca allí donde el retorno ya no es posible.
Pero aquellos para los que se cumple el casi milagroso hecho de llegar a nuestro País y no son retenidos y devueltos, comienza otro trayecto más largo, si cabe todavía más penoso, esta vez por tierra firme y con una meta más que incierta. Muchos ciudadanos, al saber que más inmigrantes han logrado poner pie en España se echan las manos a la cabeza y comienzan las reacciones de rechazo, de exclusión, los augurios catastrofistas y sobre todo, la búsqueda de culpables y cómo no, el responsable de que haya una boca más buscando alimento es siempre su poseedor y por lo tanto, el que encarna y paga todos los males que en forma de carencia, sea económica, laboral, educativa, sanitaria, etc., aquejan a nuestra Sociedad.
“¡Qué se vuelvan a su tierra!, ¡qué los echen que aquí no cabemos más!. Esas frases u otras muy similares las hemos oído todos tan a menudo. No hay sitio, no hay espacio para un ser humano, el “aforo” está completo y ha de irse voluntariamente o por la fuerza pero irse… ¿ hacia dónde?. ¿Regresar al hambre, a la guerra, a las persecuciones, a la miseria más absoluta?. ¿Qué más da?, lo importante, lo único importante es que no venga aquí a molestar y a compartir lo “poco” que nos va quedando. Y no puedo comprenderlo por varias razones. La primera es que no logro entender lo imposible que para algunos resulta ponerse en el “pellejo” de otros, sobre cuando esa piel es de una tonalidad diferente. Si una mujer de Motilla del Palancar, con tres hijos y una serie de responsabilidades ineludibles de pronto se viese imposibilitada por completo para dar de comer a esas criaturas y tuviese como única opción para lograrlo el entrar de forma ilegal en otro País para tratar de obtener allí el dinero necesario para que no se muriesen de hambre, ¿qué haría?, ¿qué ocurriría si esa mujer en vez de en esa Población de Cuenca hubiese nacido en Níger. Y ahora imaginemos a un señor de
¿Es mejor madre la señora de Motilla del Palancar que
Vale que en España hay paro, por más que siga siendo real que mucho inmigrantes realizan labores denostadas por los españoles. ¿Qué están mal pagadas?, por supuesto, pero la culpa no es del subsahariano explotado que trabaja por un salario mísero, sino del empresario español explotador. Vale que la sanidad pública está saturada, aunque convendría responsabilizar de ello menos a la marroquí que acude con su hijo enfermo al pediatra y más a unos gobiernos regionales con competencias en materia sanitaria –el de Madrid es un ejemplo clamoroso- ocupados en destrozar la sanidad pública negándoles personal y medios y atacándola de forma despreciable, para así poder fomentar su verdadero interés: la privada.
Las fronteras no pueden ser vallas contra las que queden aplastados los cadáveres de seres humanos mientras desde el otro lado contemplamos su tragedia como si no fuera con nosotros.. Esta supuesta “Aldea global” es en realidad un cúmulo de islas, algunas paradisíacas y otras, convertidas en cementerios. Los habitantes de aquellas que son ricas se trasladan de unas a otras con total libertad, siempre recibidos con reverencias e incluso recalan a veces en las más deprimidas, ya que es allí donde realizan sus negocios más lucrativos a costa de la miseria de sus gentes y no pocas veces, contribuyen a mantener los gobiernos que tiranizan y someten a su pueblo a la más espantosa necesidad y represión. Los parias, los espectros que pululan por las islas cementerio tienen que salir de ellas a escondidas y en trozos de madera más parecidos a ataúdes que a embarcaciones. Cuando llegan a alguna de las prósperas son recibidos con odio y rechazo, porque al igual que ante el poderoso todo es servilismo y atenciones, para el pobre siempre queda la fobia y el deseo de reclusión o de expulsión, cuando no la violencia.
Y alguno me dirá: “¿y qué hacemos con ellos?, ¿te los llevas tú a tu casa?, ¿te parece bien que te quiten el trabajo, ocupen a tu médico y se lleven las ayudas?”. A esos, como gallego que soy les respondería con otra pregunta, entonces, ¿los devolvemos para que arrastren una existencia desdichada y probablemente mueran ellos y sus hijos de forma prematura por culpa del hambre, de la enfermedad, de la represión estatal o de la guerra?. Comprendo la inquietud de los ciudadanos de este País sobre todo en la situación actual, aunque no deberíamos de olvidar que sin las cotizaciones de los inmigrantes esto estaría todavía peor; pero ya no hablo de los que han formalizado su residencia sino de los ilegales. Digo que entiendo el temor de todos aquellos que piensan que la entrada masiva e incontrolada de personas hará que las circunstancias actuales empeoren pero entretanto, ¿los condenamos sólo porque hayan nacido en otro País?. ¿Qué clasificación tiene mayor valor: la de ser vivo o la nacionalidad?.
No son ellos los culpables sino que lo son los gobiernos, en su mayor parte corruptos, que propician que sus gentes vivan en tal grado de necesidad e indefensión; son ellos los que alientan odios entre grupos y etnias; los que persiguen, encarcelan o matan. Y sobre todo, la culpa es de los Padres de las Patrias del “Primer mundo” por acción y por omisión. Acción porque sustentan y financian a esos gobiernos y muchas veces establecen con ellos negocios de todo tipo, incluso comercio de armas, las mismas que utilizan para oprimir a su pueblo y se benefician mutuamente con tales acuerdos mercantiles. Y omisión porque aún conocedores de las sangrientas violaciones de derechos humanos que en esos países se producen, sabiendo de su atroz carencia de comida, medicinas, ropa o cualquier tipo de bien elemental e imprescindible, no hacen absolutamente nada por evitarlo, no ejercen la menor presión y medios tienen para ello. Al contrario, los miman como valiosos socios que son.
Cuando se cruce con un inmigrante que tal vez se haya bajado horas antes de una patera y lo contemple con mal aspecto, atemorizado y perdido, no vea en él a un enemigo ni al culpable de que haya listas de espera en
Desconozco la solución a este problema pero lo que tengo muy claro es de quién no es la culpa.
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