miércoles, 18 de mayo de 2011

Elecciones tabernarias

 













Yo tenía un jefe que de vez en cuando me decía: “Julio, unas cuentas echa el tabernero y otras el borracho”, (él se sabía el tabernero y a mí, sin duda, me consideraba el borracho). Bien, entiendo que quien regenta un bar – léase el poder que maneja un País – busque su enriquecimiento rápido aunque la ética se ahogue en el fondo de las barricas. Lo que ya no puedo comprender es que los inspectores que se dicen imparciales lo consientan, y lo que es peor: que los clientes sigan entrando en una taberna en la que el vino se lo sirven tres veces más caro de lo que debería estar y rebajado con un 66% de agua.


 


















Efectivamente, quien sigue traspasando el umbral de esa cueva de Alí Babá lo hace o porque también es tabernero, en cuyo caso se justifica, o porque siendo cliente la cogorza no le permite reflexionar. También puede ocurrir que su grado de masoquismo, de servilismo o de ambición (la zanahoria atada al palo) sea tal, que prefiera lamer botas antes que calzarse y dejar de caminar sobre las llagas de su mansedumbre.

 














El bar puede estar en la Calle Génova o en la Calle Ferraz, con sus correspondientes ramificaciones autonómicas y municipales. No importa, ambos ponen en la barra el mismo vino adulterado y proveniente de idénticos toneles, por más que se empeñen en cambiar las etiquetas para confundir al consumidor. Y quien cae en la trampa, además de meter en su gaznate un líquido corrompido, está con su profunda estupidez alimentado a la bestia que lo engaña, empobrece y humilla. Parece que haya que padecer cierto cretinismo para demostrar tal grado de sumisión, pues hay quien se conforma con dejar a su paso ese rastro cual ilota embrutecido y hasta satisfecho de un yugo que él mismo se encarga de apretar cada vez más.

 













Votar a la derecha – y poco importa qué siglas conformen el acrónimo tras la “P” inicial compartida – cuando sociológica y socialmente se pertenece a la izquierda, es ratificar la transigencia con un sistema cuya injusticia, desigualdad y represión encubierta, sólo se ven superadas en magnitud por la necedad de quienes siendo sus víctimas, contribuyen cada vez que depositan su papeleta en la urna a su perpetuación. Es una contradicción sangrante con consecuencias nefastas para quien cae en esa trampa y para los suyos. En un País de borrachos anulados y resignados – cuando no colaboracionistas - el tabernero diestro – y recalco lo de diestro - es el rey (bodeguero mayor, por cierto)

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